martes, 24 de marzo de 2020

Estela Oesterheld - Centro Clandestino de Detencion en Longchamps

 Estela era la hija del famoso historietista Héctor Oesterheld.  Estaba casada con Raúl Mortola y tenía un hijo de tres años. Militaban en Montoneros.

Fueron asesinados el 14/7/77 por una patota de civil que había allanado su vivienda. Raúl fue herido de disparo al llegar a su casa, y murió a las pocas cuadras.

Estela llegó a eso de una hora después, y fue fusilada frente a un negocio cercano, fue llevada por un vecino al hospital Lucio Menéndez de la localidad de Adrogué, donde murió. Los responsables se llevaron al hijo de la pareja y se lo presentaron a su abuelo Héctor, quien para entonces estaba detenido-desaparecido, dentro de un C.C.D. De allí el chico le fue llevado a su abuela Elsa. 

Su padre y sus tres hermanas, Diana, Marina y Beatriz también fueron desaparecidos o asesinados.

La pareja que vivía con los Mortola, Marta Noemí Martínez López y José Martínez, también fueron detenidos-desaparecidos. 
 

 

 Según testimonios recopilados, el 14 de diciembre de 1977, integrantes de la fuerza policial, matan a su marido “El Vasco” Mórtola. Ella trata de escapar y también muere acribillada a balazos con un embarazo de 4 meses en su vientre. Oesterheld dejó un hijo para ese entonces de 3 años y medio: Martín Miguel. Los responsables se llevaron al hijo de la pareja y se lo presentaron a su abuelo Héctor, quien se encontraba detenido en un C.C.D. Después de esto, el niño fue entregado a su abuela Elsa.

 Noemí Martínez— y Pepe —José Martínez—,  Tenían una hija, Gabriela, un año más grande que Miguelito. A la casa, la más humilde en una cuadra dechalets prolijos y amplios, la habían comprado a través de una inmobiliaria.
Con techo de chapa y paredes sin revoque, tenía una sala pequeña, una habitación y un baño. En el jardín, que no era más que tierra dura perimetrada con alambre, había un árbol y dos perros: el del Vasco era un bulldog y el de
Pepe, uno callejero al que habían bautizado Tarzán.

En la casa de Longchamps, Marta y Pepe funcionaban como apoyo en tareas logísticas. Marta, hasta ese momento, había sido ama de casa. Pepe, que sufría de asma y epilepsia, se las rebuscaba como podía: trabajaba con su cuñado en
una pescadería y además arreglaba un poco de todo, desde electrodomésticos hasta autos. Habían integrado el grupo de la Isla Maciel como adherentes hasta
el año anterior cuando el grupo se disolvió y ellos decidieron quedarse con el Vasco y Estela y sumarse orgánicamente a Montoneros.
 

Para los vecinos de Longchamps, en esa casa vivían dos parejas con cierto parentesco entre sí. Algunos decían que ellas dos eran hermanas, otros que ellos, y así. No los habían visto llegar —la mudanza fue de noche— pero sabían el apodo del Vasco, que pidió que lo llamaran de ese modo cuando firmó el boleto.
La casa se la vendió una vecina, Hilda, la mujer más  conversadora del barrio.
Con ella solía charlar Marta cuando salía a hacer mandados, especialmente para comprar Coca-Cola. A Hilda le llamaba la atención que los chicos no jugaran con los otros niños del barrio: siempre se quedaban adentro, en la casa, y sólo
salían con Marta cuando iba a hacer compras.

A principios de diciembre, un grupo de tareas del Vesubio entraba en su casa del barrio Los Álamos y secuestraba a Marta, a Pepe, a Gabriela y a Miguelito, su hijo.

Un Falcon había pasado a toda
velocidad por la calle de tierra. A los pocos segundos, otros dos autos entraron igual de rápido, uno por cada esquina, y frenaron. De cada puerta salió un hombre. Estaban vestidos de civil y armados con FAL.
 

Miguel entró en el local y junto con los dueños del mercado se quedó detrás de la vidriera y vio cómo los hombres saltaban el alambrado de la casa de enfrente, la de los nuevos, y se apostaban con sus armas apuntando la puerta.

Gabriela estaba a pocos días de cumplir cinco años y en su memoria quedarían imágenes como flashes. Su padre que de repente deja la radio que está arreglando, su madre que revolea la bolsa de pan que ella traía, los dos que la
agarran de la mano y la tironean porque no saben hacia dónde ir, a Miguelito no lo ve, no lo escucha, pero sí escucha la voz de un hombre que desde afuera grita salgan todos o los quemamos, y entonces ellos salen, ahí afuera hay un
montículo de arena, uno de los hombres que tira al piso a su padre y le apunta con un arma tiene un traje claro. 

Rodolfo García, el dueño del mercado, vio cómo los sacaban por el baldío que daba a una de las calles laterales y los subían a uno de los autos estacionados en la esquina. Reconoció a los dos chiquitos y dedujo que también llevaban a una de las parejas. Él sabía que a esa hora, ni el Vasco ni su mujer
estaban en la casa. En el barrio se sabían los horarios de los vecinos. Pensó que todo terminaría ahí. Eran cerca de las once de la mañana y no habían pasado más
de veinte minutos desde que esa gente había aparecido.
Pero no. Cuatro personas cruzaron la calle en dirección al negocio. No entraron: treparon por una pequeña empalizada y se subieron al techo del mercado, una losa recién terminada.
—Cómo se van a subir sin permiso. Pensó Rodolfo, que trataba de esconder el miedo frente a su mujer y su empleado. Uno de los que se había apostado en el techo bajó por la escalera que
comunicaba con el negocio y les dijo que siguieran atendiendo como siempre y que cualquier cosa, cerraran la persiana. Su tono era más de amenaza que de sugerencia. Llevaba una foto del Vasco, en la que tenía pelo largo y un gran bigote. Miguel pensó que esa imagen no se parecía mucho a la de su vecino, de
aspecto más prolijo. Cerraron el negocio durante la hora de la siesta, como hacían siempre, y se quedaron adentro. Los hombres siguieron ahí, en el techo. A través de la escalera, Miguel podía escuchar algunas de las conversaciones.
Que ese tal Vasco ya se les había escapado en Monte Chingolo, que se decía que andaba en moto y que tiraba con las dos manos, que esta vez lo iban a agarrar a ese hijo de puta.
Cerca de las seis de la tarde el Vasco se bajó del colectivo en la parada de la esquina. Caminó hacia su casa pero no entró, siguió de largo. Detrás de las cortinas, los vecinos seguían cada uno de sus movimientos en completo silencio, inmóviles, como meros espectadores de una muerte anunciada. Sabían
que lo estaban esperando pero ninguno iba a arriesgarse sabiendo que los verdugos estaban ahí, entre ellos. El Vasco cruzó la calle y enfiló hacia el mercado. Antes de entrar, se quedó unos segundos agarrado a la cortina de
plástico que colgaba del marco de la puerta, mirando hacia su casa. Después entró en el local y le preguntó a la mujer de Rodolfo si no había visto a su señora.
—No, todavía no llegó.
Le dijo ella, mientras le abría los ojos bien grande y rogaba por dentro que se fuera lo antes posible.  Y fue ahí cuando lo
reconocieron.
—¡Es ése, es ése! Gritó uno de los que estaba en la losa. Otros dos saltaron y empezaron a perseguirlo, mientras un tercero disparaba desde arriba. Después los vecinos sabrían que el Vasco logró dar la vuelta manzana y que, cuando estaba a punto de esconderse en una casa, un Falcon apareció por la esquina contraria y le disparó. Se dijo que lo acribillaron contra una pared.
Todo por no conocer el barrio, seguiría pensando cuarenta años después Miguel, el carnicero. Si hubiera seguido derecho, en lugar de volver a doblar, se habría metido en el descampado, y después en los establos y, quién sabe, se habría salvado.
Nadie vio qué hicieron con el cuerpo del Vasco y si realmente estaba muerto. Los hombres volvieron al negocio, una vez más, y lo encararon a Miguel.
—Diganlé a la señora que se entregue, que tenemos a su padre. Nosotros ahora nos vamos. Pero no se fueron. Siguieron escondidos en la escalera que comunicaba con la
terraza. Y también en la casa de enfrente.
Dos horas después, Estela bajó del colectivo. Hizo el mismo recorrido que el Vasco. Y cuando llegó a la puerta de su casa, se detuvo.
—¡Quedate quieta o te quemamos!
Estela corrió hacia la vereda de enfrente. En la mitad de la calle recibió el primer disparo. Siguió corriendo e intentó sostenerse en pie contra la pared del mercado, pero no pudo y cayó. Le volvieron a disparar. Cuando los tiros cesaron, Miguel y Rodolfo se asomaron desde el local y la vieron en el piso,
junto a dos de los hombres.
—Che, pelotudo, para qué mierda le tiraste así, ahora no nos sirve.
—¿Y si tenía una bomba?
—¿Vos sos pelotudo? ¿Dónde la va a tener, en esa carterita?
Mientras los hombres discutían, Miguel escuchaba cómo Estela se quejaba de dolor, y se animó a preguntarles si no la iban a llevar al hospital.
—Nosotros no vamos a manchar el tapizado del coche, ¿vos la pensás llevar?
Miguel tenía un rastrojero viejo. Los dos hombres la cargaron a Estela en la caja —la tiraron como una bolsa de papas— y se subieron ellos también. Al volante se sentó Miguel y a su lado otro vecino que hacía pocos meses había abierto un negocio de compraventa junto al mercado. Salieron por la avenida
Pavón hacia el hospital municipal de Adrogué, guiados por dos Falcon que abrían camino con las armas asomadas por las ventanillas, y escoltados por un Peugeot con techo corredizo: por ahí otro de los hombres sacaba un FAL.
Cuando llegaron al hospital era de noche. Un enfermero se acercó con una camilla, seguido por un médico. Estela ya había muerto.
—Gracias muchachos, se pueden ir.
Les ordenaron los hombres de civil que en ningún momento se identificaron. Miguel y su compañero no preguntaron nada más y emprendieron el regreso. Cuando estaban a mitad de camino, vieron cómo los dos Falcon y el Peugeot
los pasaban a toda velocidad por avenida Pavón.

Al día siguiente, en el barrio los Álamos apareció un camión del Ejército, con un teniente coronel al mando y una buena cantidad de colimbas. Era común que después de un operativo ilegal con un grupo de tareas, el Ejército se presentara para simular un procedimiento legal. Desvalijaron la casa. Sólo dejaron dos fotos enmarcadas, una de Miguelito y otra de Gabriela, que la dueña del mercadito conservó colgadas en una pared durante treinta años a la espera de que alguien los reconociera. Durante mucho tiempo, los vecinos se preguntarían qué había pasado con los dos chiquitos y con el matrimonio que secuestraron. Y con ese ciruja que apareció pocos días antes del operativo, allí, en un barrio en donde nunca habían visto a alguien que durmiera en la calle. Y también con el muchacho que había puesto el local de compraventa durante tan poco tiempo, el mismo que lo
acompañó a Miguel hasta el hospital y que después de ese día nunca, pero nunca, volvieron a ver.

El 16 de diciembre, la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires incorporó un informe firmado por un tal comisario Salvador en el que se detallaba que el día anterior se había llevado a cabo un operativo conjunto militar y policial con personal del RI3 (Regimiento de Infantería
Mecanizada) de La Tablada. Operacionalmente, Vesubio dependía de ese regimiento. En el informe figuraba que se había “ apresado” a José Martínez (Pepe), Mirta Martínez López (Marta), y su hermano José Osvaldo Martínez
López (quien había colaborado en algunas acciones y vivía en la Isla Maciel, adónde lo fueron a buscar al día siguiente del operativo en Longchamps). El informe seguía: “ Además resultaron muertos los siguientes DS: Juan Mórtola,
NG Vasco a/c de los tres pelotones de la zona sur. Marcela Osterheld (sic), NG Juana, responsable del pelotón N 3. En el lugar se incautó documentación de chequeos de funcionarios policiales que se adjuntan al presente”.
El 23 de diciembre, los diarios nacionales publicaron en tapa —respetando hasta las comas mal puestas— la versión oficial del Ejército: “ El Comando Zona 1, informa a la población que el día 14 de diciembre siendo las 20.30 horas fueron abatidos los delincuentes subversivos Raúl Mórtola (alias Vasco) y
Mónica Chesterield (alias Marcela). Como consecuencia de informes recibidos y después de una intensa actividad de inteligencia fue localizado el domicilio de los delincuentes subversivos en la localidad de Longchamps. Las Fuerzas
Legales concurrieron al lugar y los intimaron para que se entregaran. Los mismos abrieron el fuego y después de un intenso intercambio de disparos se logró abatirlos”.

(Extracto de libro: Los Oesterheld)

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Un centro clandestino de detención funcionó en la Comisaría 4° de Longchamps

 El Archivo Nacional de la Memoria identificó a dos personas que estuvieron detenidas allí de manera ilegal entre 1976 y 1983. Una de ellas afirmó que escuchaba pasar al tren y algunas conversaciones entre policías.

 En la Comisaría 4° de la localidad de Longchamps, en el partido de Almirante Brown, funcionó uno de los centros de detención, tortura y exterminio de la Policía Bonaerense durante el accionar del Terrorismo de Estado de la última dictadura cívico militar. El lugar fue señalizado con una placa para visibilizar el modo en el que las fuerzas policiales participaron del secuestro, desaparición y asesinato sistemático de personas entre 1976 y 1983.


La dependencia está ubicada a metros de la estación de trenes de la ciudad. Decenas de personas pasan cada semana por la puerta y, en la larga espera por ser atendidos, observan la placa negra que dice “aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad”.

 “Una mujer que estuvo, no había visto la Comisaría, pero sí escuchaba el tren y conversaciones entre policías. Se dedujo que fue la de Longchamps, sobre todo por donde vivía ella. Parte de esos testimonios fueron asentados en los juicios, así como en el registro que maneja Nación y Provincia”, explicó a AUNO la titular de Derechos Humanos de Brown, Natalia Barreiro.

 Si bien los identificados son sólo dos, suponen que fueron muchos más los que permanecieron en esos lugares, afirmó la funcionaria, ya que esta red de centros funcionaron como lugares de paso para luego ser trasladados a campos de concentración de la región, como El Infierno y El Pozo de Banfield. 

 https://auno.org.ar/como-funciono-la-comisaria-4-de-longchamps-como-ex/

 

 

 

sábado, 21 de marzo de 2020

PERSONAJES DESTACADOS DE LONGCHAMPS: LUIS BERNSTEIN (MUSICO DE TANGO)

EN NUESTROS PAGOS HA VIVIDO EL CONTRABAJISTA, BANDONEONISTA E INIGUALABLE COMPOSITOR, LUIS BERNSTEIN. 



 

Hermano menor de Arturo Bernstein —más conocido por el Alemán—, famoso bandoneonista del 900 y tantos. A pesar de luchar con la popularidad que impuso aquel al apellido paterno, no se quedó atrás pues tuvo la propia, no como instrumentista pero sí en la composición ya que dejó algunas joyas dentro del tango, contando en primera línea a “Don Goyo” el notable y clásico de nuestra música típica. “El abrojito” es otro; y también “Una limosna por Dios”, “El indio”, “Aniceto”, “Mar del Plata”, “El carancho”, “El vasquito”, “El rey de los aires”, “En la loma”, “Adorable noviecita”, “Pa' qué llorar”, “Muchacho loco”, “Ojos maulas”, “La casita está triste”, los dos últimos grabados por Carlos Gardel, que aparte de las sentidas letras que ellos tienen debidas a las plumas de Alfredo Faustino Roldán y José De Grandis, fueron popularizados por la voz inmortal a través de miles de discos.



Refiriéndose a Gardel dijo: «Yo, que lo conocí bastante, puedo decir que nunca le faltó una ocurrencia al saludar o conversar con un amigo. Lo vi por primera vez en el Armenonville cuando cantaba con José Razzano».

Empezó su carrera con su hermano y luego innumerables orquestas lo contaron en sus formaciones, pero con quien más anduvo fue con Luis Servidio, es decir en la de los hermanos Servidio cuando estaba en el apogeo de su popularidad y era número de atracción del Café Nacional.

Otras fueron las de Eduardo Arolas, Anselmo Aieta, Carlos Vicente Geroni Flores, Juan Pedro Castillo, etc. por locales que se llamaron A.B.C., Armenonville, Germinal, El Parque, L'Abbaye, y muchos más de tan gratos recuerdos en la historia tanguera.

Bernstein nació en San Pedro (provincia de Buenos Aires) el 28 de enero de 1888 y falleció en Longchamps (provincia de Buenos Aires) el 1 de enero de 1966.

Alguna de Sus Canciones:

Ojos Maulas (con Carlos Gardel)

https://www.youtube.com/watch?v=3mtNOgnXRqw

La casita esta triste (con Carlos Gardel)

https://www.youtube.com/watch?v=uYb9wnobdP0

Don Goyo:

https://www.youtube.com/watch?v=HPzZiodOLd8

Para mas info, visita www.todotango.com 


POSDATA:

Si tenes mas datos o fuiste pariente de Luis, por favor envianos mail o deja un comentario, ademas me gustaria que dejes tambien tu opinion sobre que otros personajes destacados de Longchamps podemos publicar.

Alguno de los cuales pueden ser:

Carlos Regazzoni

Aldo Cammarota

Jugadores de Futbol como Heriberto Correa, Los Maidana, Paletta, Auzqui, Angeletti, Etc

Alejandro De Tomaso (El constructor de Autos, si es verdad que vivio en Longchamps)

o informacion sobre la quinta de Juan Manuel de Rosas, del barrio Doña Sol

o la de Teseire, o el castillo que esta por Avenida Argentina y el camino de la lata) 

Tambien info del loquero que estaba atras del Castillo Gassiebayle (ahora Barrio Privado Saint Joseph)

Todo comentario, anecdota o sugerencia es bienvenida, pueden mandar un correo a:    hernanmendoza11@gmail.com , Muchas Gracias!